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Algo tan simple como ordenar una habitación lo puede hacer cualquiera, el problema es cuando, dos días después, ese lugar vuelve a estar igual o peor, y esto se vuelve aún más desgastante cuando es algo recurrente y pasa una, otra y otra vez. Esa escena la viví por muchos años y hoy quiero contarles cómo fue que me volví más ordenado con mis cosas, y, por consiguiente, con mis ideas.
Durante años perdí celulares, lentes, cámaras y todo lo que se pudiera perder, menos el sentido del humor y las ganas de ser más cuidadoso. Algunas veces recuperaba mis cosas, porque me llamaban para decirme que las había olvidado en alguna casa o porque aparecían en mi montón de ropa tirada algunos días después. Cada que perdía algo sabía que tenía que reponerlo, lo cual era un desgaste emocional y económico (especialmente económico).
El desorden causa pérdida de consciencia y desorientación de objetivos. Mantener la habitación ordenada nos permite enfocarnos, pues también ordenamos nuestras ideas.
Un día decidí cambiarlo todo y mi intención no era levantar más rápido mi ropa para encontrar mis objetos perdidos, sino no volver a tirarla al piso; pero esto fue mucho más allá de ordenar un cuarto, este cambio me hizo transformar mi forma de pensar y de hacer las cosas. No tuve una epifanía ni nada, simplemente decidí dar un giro a mi vida y ser más ordenado. Quizás pienses “eso es lo que hacen las personas cuando maduran” pero no, conozco muchas personas adultas que siguen siendo como yo era antes, así que no creo que sea un tema de madurez, sino de organización.
Les cuento por qué viví este cambio, pero para ello tengo que volver a platicarles de mi “viejo yo”. Todos los días iba acumulando pendientes que, por más simples que fueran, seguían siendo parte de una lista de pendientes como: hacer mi tarea, recoger mi cuarto, hacer cita con el dentista, terminar de leer mi libro, recoger de nuevo mi cuarto, comprar una pila nueva para mi reloj, pagar el dinero que debo, buscar el reloj para comprarle batería porque ya no lo encuentro… en fin, era una lista interminable de pequeñas cosas que se iban acumulando y que no me dejaban en paz.
Pensaba que la causa de esto era que la vida era muy dura y complicada a las 15 años pero, más tarde, me di cuenta que el problema no era la vida de un semi adulto, sino la forma en la que hacía las cosas.
Entonces, ¿qué fue lo que cambié? En resumidas cuentas cambié mi mindset y dejé de posponer las cosas, y lo mejor de todo es que no me costó trabajo, simplemente decidí que estaba haciendo las cosas mal y que quería sentirme mejor conmigo mismo, entendí que debía ir borrando poco a poco esos pendientes, y unos pequeños ajustes se convirtieron en una bola de nieve pero de cambios positivos cada vez más notorios.
Algo tan sencillo como dejar cada cosa en su lugar y no perder la disciplina, nos puede apoyar a tener un sentimiento de bienestar.
Empecé por ordenar y remodelar totalmente mi cuarto y me acostumbré a tener un lugar para cada cosa, una cajita para las llaves, un lugar para las playeras de deporte y otro para las tipo polo, un lugar para mis libros y dejé de tirar cosas en el piso, aún si llegara agotado de hacer ejercicio, comencé a dejar la ropa sucia en su lugar. Si tenía que cambiarme y salir corriendo por la mañana, guardaba cada playera, perfume o calcetín en su lugar, como resultado, cuando regresaba estaba todo ordenado y ahí fue cuando me empezó a gustar esta onda de ser una persona ordenada.
Al mismo tiempo, comencé a hacer todas las tareas que tuviera pendientes, si sabía que tenía que agendar una cita, la agendaba al momento y, si por algo no se lograba, creaba un recordatorio (¡Gracias por existir asistentes virtuales!), si tenía intención de terminar un libro, me proponía fechas para hacerlo y, además de que me ayudaba a cumplirlo, era una forma de retarme a mí mismo y de ir cumpliendo pequeños objetivos que, aunque también fueran cosas muy simples, me hacían sentir orgulloso de mi perseverancia y de los resultados que veía al final de un tiempo determinado: “cumplí con mis tareas, terminé mi libro y después de años… le compré la pila a mi reloj”, por decir un ejemplo.
Organizar mis pendientes y mis tareas diarias de esta forma es algo que sigo haciendo actualmente en mi trabajo y fuera de él, mi forma de explicarlo es que yo sentía que cada tarea eran granitos de arena que se metían en mi zapato, y, aunque no hacía mucho daño, se iban juntando y después no me sentía cómodo al caminar, así que ahora me quito los zapatos y los sacudo antes de entrar a algún lugar (esto también es un ejemplo, aunque sí me gusta mucho estar descalzo, no sacudo literalmente mis zapatos).
Así fue como ordené mi cuarto y mis ideas y aunque todos los días se siguen aumentando nuevos pendientes a mi vida, ya tengo un control sobre ellos y me siento más tranquilo al saber que estoy haciendo las cosas mejor, siempre les digo a mis amigos que tengo mucha más “paz mental” y me ayuda a ser más positivo.
¡Hasta la próxima nota!
Algo tan simple como ordenar una habitación lo puede hacer cualquiera, el problema es cuando, dos días después, ese lugar vuelve a estar igual o peor, y esto se vuelve aún más desgastante cuando es algo recurrente y pasa una, otra y otra vez. Esa escena la viví por muchos años y hoy quiero contarles cómo fue que me volví más ordenado con mis cosas, y, por consiguiente, con mis ideas.
Durante años perdí celulares, lentes, cámaras y todo lo que se pudiera perder, menos el sentido del humor y las ganas de ser más cuidadoso. Algunas veces recuperaba mis cosas, porque me llamaban para decirme que las había olvidado en alguna casa o porque aparecían en mi montón de ropa tirada algunos días después. Cada que perdía algo sabía que tenía que reponerlo, lo cual era un desgaste emocional y económico (especialmente económico).
El desorden causa pérdida de consciencia y desorientación de objetivos. Mantener la habitación ordenada nos permite enfocarnos, pues también ordenamos nuestras ideas.
Un día decidí cambiarlo todo y mi intención no era levantar más rápido mi ropa para encontrar mis objetos perdidos, sino no volver a tirarla al piso; pero esto fue mucho más allá de ordenar un cuarto, este cambio me hizo transformar mi forma de pensar y de hacer las cosas. No tuve una epifanía ni nada, simplemente decidí dar un giro a mi vida y ser más ordenado. Quizás pienses “eso es lo que hacen las personas cuando maduran” pero no, conozco muchas personas adultas que siguen siendo como yo era antes, así que no creo que sea un tema de madurez, sino de organización.
Les cuento por qué viví este cambio, pero para ello tengo que volver a platicarles de mi “viejo yo”. Todos los días iba acumulando pendientes que, por más simples que fueran, seguían siendo parte de una lista de pendientes como: hacer mi tarea, recoger mi cuarto, hacer cita con el dentista, terminar de leer mi libro, recoger de nuevo mi cuarto, comprar una pila nueva para mi reloj, pagar el dinero que debo, buscar el reloj para comprarle batería porque ya no lo encuentro… en fin, era una lista interminable de pequeñas cosas que se iban acumulando y que no me dejaban en paz.
Pensaba que la causa de esto era que la vida era muy dura y complicada a las 15 años pero, más tarde, me di cuenta que el problema no era la vida de un semi adulto, sino la forma en la que hacía las cosas.
Entonces, ¿qué fue lo que cambié? En resumidas cuentas cambié mi mindset y dejé de posponer las cosas, y lo mejor de todo es que no me costó trabajo, simplemente decidí que estaba haciendo las cosas mal y que quería sentirme mejor conmigo mismo, entendí que debía ir borrando poco a poco esos pendientes, y unos pequeños ajustes se convirtieron en una bola de nieve pero de cambios positivos cada vez más notorios.
Algo tan sencillo como dejar cada cosa en su lugar y no perder la disciplina, nos puede apoyar a tener un sentimiento de bienestar.
Empecé por ordenar y remodelar totalmente mi cuarto y me acostumbré a tener un lugar para cada cosa, una cajita para las llaves, un lugar para las playeras de deporte y otro para las tipo polo, un lugar para mis libros y dejé de tirar cosas en el piso, aún si llegara agotado de hacer ejercicio, comencé a dejar la ropa sucia en su lugar. Si tenía que cambiarme y salir corriendo por la mañana, guardaba cada playera, perfume o calcetín en su lugar, como resultado, cuando regresaba estaba todo ordenado y ahí fue cuando me empezó a gustar esta onda de ser una persona ordenada.
Al mismo tiempo, comencé a hacer todas las tareas que tuviera pendientes, si sabía que tenía que agendar una cita, la agendaba al momento y, si por algo no se lograba, creaba un recordatorio (¡Gracias por existir asistentes virtuales!), si tenía intención de terminar un libro, me proponía fechas para hacerlo y, además de que me ayudaba a cumplirlo, era una forma de retarme a mí mismo y de ir cumpliendo pequeños objetivos que, aunque también fueran cosas muy simples, me hacían sentir orgulloso de mi perseverancia y de los resultados que veía al final de un tiempo determinado: “cumplí con mis tareas, terminé mi libro y después de años… le compré la pila a mi reloj”, por decir un ejemplo.
Organizar mis pendientes y mis tareas diarias de esta forma es algo que sigo haciendo actualmente en mi trabajo y fuera de él, mi forma de explicarlo es que yo sentía que cada tarea eran granitos de arena que se metían en mi zapato, y, aunque no hacía mucho daño, se iban juntando y después no me sentía cómodo al caminar, así que ahora me quito los zapatos y los sacudo antes de entrar a algún lugar (esto también es un ejemplo, aunque sí me gusta mucho estar descalzo, no sacudo literalmente mis zapatos).
Así fue como ordené mi cuarto y mis ideas y aunque todos los días se siguen aumentando nuevos pendientes a mi vida, ya tengo un control sobre ellos y me siento más tranquilo al saber que estoy haciendo las cosas mejor, siempre les digo a mis amigos que tengo mucha más “paz mental” y me ayuda a ser más positivo.
¡Hasta la próxima nota!
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